La arquitectura, entendida como una práctica cultural compleja, no se reduce únicamente al acto de construir. Implica también dotar de significado al propósito que asumimos. Nos interesa una arquitectura que amplíe su cualidad sustentable, que se convierta en hacedora de paisaje —física, intelectual y emocionalmente—. Cada proyecto y propuesta urbana debe reflejar su dimensión humanista.
Ciertas preocupaciones o condiciones atraviesan nuestras obras y proyectos, manifestándose con diferentes resoluciones y particularidades según el lugar en que se desarrollan. La primera es la arquitectura hacedora de paisajes, entendida como la necesidad de recomponer y restaurar el entorno en cada intervención. La segunda es la arquitectura de transiciones, en la que concebimos los edificios como seres entreabiertos con una fuerte presencia del medio natural. La tercera es la arquitectura mirando al cielo, donde pensamos las visiones aéreas de nuestras obras como una huella de nuestra manera de entender tanto las ciudades como los paisajes naturales. Y la cuarta es el llamado de lo vernáculo, que articula nuestra mirada académico-teórica con el espíritu del lugar y la sabiduría de las técnicas locales, para dar lugar a una arquitectura enraizada en su sitio.